A Justo —al sujeto de la escritura y a la voz narrativa— no lo guían las variantes de la pregunta acerca de la identidad personal y su enlace con la escritura: ¿quién soy?, ¿cómo he llegado a ser este que soy ahora?, ¿de qué modo se ha conformado esta persona que aquí yahora escribe? Le obsesiona responder a un interrogante que se declina en plural: ¿qué somos, en tanto que comunidad, en tanto que nación? Todo el Diario es la busca, persistente y serena, de una respuesta a ese dilema. Y como la misma resulta hipotética, inconclusa, fallida, el dilema –que es una disyuntiva irremediable- deviene desgarrador e, incluso, trágico, aunque no patético. ¿Qué puede hacer la memoria personal, la lúcida obcecación del memorialista, la laboriosa perseverancia del que a diario recoge los pormenores actuales para ligarlos al pasado incesante, ante tamaño desafío? Antes que nada, multiplicar las preguntas que se ramifican en réplicas conjeturales que van y vienen reiteradamente. ¿Qué puede hacer sino escribir, ya que lo común, lo nacional, la identidad colectiva son los nombres con que se designa una falta, una carencia, una postergación indefinida?

José Di Marco