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Los autores del gótico sureño (Faulkner, O'connor, Anne Porter, McCullers) describieron una zona específica de Estados Unidos, con sus paisajes rurales, la soledad de sus caballos, su conservadurismo y su racismo, la pervivencia de tradiciones religiosas y la de sus personajes con la tierra, y con eso alcanzaron cotas universales, que nos permiten leerlos hoy, en otro país y otra época, y sentirlos tan íntimos como si nos estuvieran hablando al oído. En El cielo de nuestras casas, estas historias producen un efecto similar, que es el de trabajar una zona determinada, con sus problemas y conflictos propios, y hablarnos a todos. Muchos de sus cuentos precisos y despiadados están protagonizados por niños, o por personajes que están a punto de abandonar la niñez. Son tiernos y frágiles abandonados en un mundo hostil, peligroso, lleno de púas, y los vemos en el preciso instante en el que se lastiman y van a caer por el tobogán de lo que somos. A veces ese peligro, el monstruo que se esconde debajo de la cama, puede tomar una forma realista, aterradora por lo folclórica o lo costumbrista; a veces, la de algo que no puede tener nombre ni cara, y que todos conocemos muy bien porque protagoniza todavía nuestras peores pesadillas. En todos los casos, podemos escuchar la caída de los personajes y sentirla casi en carne propia, por la destreza de su autor en hacernos partícipes, con un lenguaje completamente acorde al de la tierra donde nació, de esos pequeños dramas colosales.

Luciano Lamberti

EL CIELO DE NUESTRAS CASAS - MIGUEL ANGEL BARROSO

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Los autores del gótico sureño (Faulkner, O'connor, Anne Porter, McCullers) describieron una zona específica de Estados Unidos, con sus paisajes rurales, la soledad de sus caballos, su conservadurismo y su racismo, la pervivencia de tradiciones religiosas y la de sus personajes con la tierra, y con eso alcanzaron cotas universales, que nos permiten leerlos hoy, en otro país y otra época, y sentirlos tan íntimos como si nos estuvieran hablando al oído. En El cielo de nuestras casas, estas historias producen un efecto similar, que es el de trabajar una zona determinada, con sus problemas y conflictos propios, y hablarnos a todos. Muchos de sus cuentos precisos y despiadados están protagonizados por niños, o por personajes que están a punto de abandonar la niñez. Son tiernos y frágiles abandonados en un mundo hostil, peligroso, lleno de púas, y los vemos en el preciso instante en el que se lastiman y van a caer por el tobogán de lo que somos. A veces ese peligro, el monstruo que se esconde debajo de la cama, puede tomar una forma realista, aterradora por lo folclórica o lo costumbrista; a veces, la de algo que no puede tener nombre ni cara, y que todos conocemos muy bien porque protagoniza todavía nuestras peores pesadillas. En todos los casos, podemos escuchar la caída de los personajes y sentirla casi en carne propia, por la destreza de su autor en hacernos partícipes, con un lenguaje completamente acorde al de la tierra donde nació, de esos pequeños dramas colosales.

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