Un día de fines de 2020 con viento y fuego amigo comienzo a armar este Libro de autor. Un libro que recorre mis notas sobre autores argentinos y otras lecturas que fui reuniendo desde 2016. Archivo que cobra pertinente vida impertinente cuando descubro que Gombrowicz escribe en su último año en Vence que lee tonterías de Proust, que la mujer de Milosz es aburrida y que él domina la conversación, el encuentro. Un libro de autor es esa seguridad que traducen a veces como altanería o aristocracia, lo caballeresco, lo llama Tsvietáieva. El diálogo de dos en un castillo o el dejá que piensen que somos locos de García Vega a Héctor Libertella. Un libro de autor con mucho de lo que está hoy reñido con el mercado literario/pobre espectáculo: ser un autor está penado, censurado, archivado. La firmeza, la certeza, la contundencia y la intensidad, eso altivo que perdonan solo en algunos, es expulsado de la comedia del arte que luce en nuestros días una democrática y flexible inexistencia. Libro de autor que se vea como un sistema nervioso –según Hugo Savino–, como un desafuero o –en el decir de Nicolás Rosa de la retórica de Milita Molina– como un ajuar pequeño que clava siempre en el mismo clavo.