Siempre sentí que lo que hacía Edith era poesía para niños y además otra cosa. Es totalmente infrecuente encontrar ese candor, esa profundidad y al mismo tiempo esa trasparencia que ella alcanza en su celebración de la vida. Hay tan poca poesía escrita desde el agradecimiento y la alegría de estar vivos, poesía capaz de entrar en consonancia sonora con las más pequeñas y delicadas cosas del mundo (una gallina, una amapola, una salpicadura de mar) que lo que ella logra es un milagro. Esa inocencia al borde de un abismo: de dar un paso más, podría caer la delicada arquitectura del poema, pero para nuestro asombro, ella, con sus pasos de bailarina, nos maravilla en su acrobacia. María Teresa Andruetto Para la literatura y el arte Edith fue poeta de tiempo completo. Encarna un modelo de creador que la época casi ya no permite: el de días y noches sin tregua, en los que hasta soñando trabaja en obras que, para ser debidamente ponderadas, también demandan un mismo nivel de entrega y disponibilidad de sus destinatarios. Este libro es un acto de amor hacia quien, sin reparos, lo prodigó a manos llenas; sin esperar el vuelto. Nos muestra cómo el nombre y la obra de Edith atraviesan diferentes edades, personas y grupos, para recordarnos que la poesía es de todos y para todos. Y es, también, un rico y ajustado tapiz de imágenes y voces que no hubiese sido posible sin la perseverancia y el trabajo de Beatriz Vottero y los jóvenes que la acompañaron. Aldo Parfeniuk