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«En la poesía de Barreto no hay ganadores, solo apostadores. La voz vive y muere al pie de la letra, como el río lame la orilla, como la piedra circular afila al cuchillo que canta. Y todos estos fenómenos sonoros y visuales ocurren literalmente en la puesta en página, en el horizonte recortado del verso», ha escrito Juan Cárdenas en la página de la editorial.

Un adelanto:

«Yo nací frente a un río y su poderoso caudal de historias, había un enorme árbol de samán y muy cerca el botiquín de la familia Villanueva con su rockola encendida. Era de noche y pasaban pequeñas embarcaciones con personas conversando. Siempre han sido eternos los argumentos que se destejen y se vuelven a enhebrar. No otra cosa es la vida, escuchar y mirar como el que escucha. Viví un tiempo en la frontera con Colombia, en una pequeña casa, había una laguna negra y por las noches solía caminar con mi linterna a cenar con los peones de una hacienda, y unos pocos vecinos: Majin, que huyó durante toda su vida por matar a alguien en la gallera de un caserío llamado La Estacada y Benjamín Cordero quien sobrevivió a la lepra, no sin antes perder algunas coyunturas de los dedos o el lóbulo de las orejas; cuando los visitaba en sus casas me contaban la vida de cada uno de los peones acomodados en aquel largo mesón, para sorber una sopa de avena con agua y trozos de yuca. Existir es acumular historias y pulirlas. Yo creo que casi nada de lo escrito me pertenece». Igor Barreto.

PAISAJE MUERTO UNA ANTOLOGIA - IGOR BARRETO

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«En la poesía de Barreto no hay ganadores, solo apostadores. La voz vive y muere al pie de la letra, como el río lame la orilla, como la piedra circular afila al cuchillo que canta. Y todos estos fenómenos sonoros y visuales ocurren literalmente en la puesta en página, en el horizonte recortado del verso», ha escrito Juan Cárdenas en la página de la editorial.

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«Yo nací frente a un río y su poderoso caudal de historias, había un enorme árbol de samán y muy cerca el botiquín de la familia Villanueva con su rockola encendida. Era de noche y pasaban pequeñas embarcaciones con personas conversando. Siempre han sido eternos los argumentos que se destejen y se vuelven a enhebrar. No otra cosa es la vida, escuchar y mirar como el que escucha. Viví un tiempo en la frontera con Colombia, en una pequeña casa, había una laguna negra y por las noches solía caminar con mi linterna a cenar con los peones de una hacienda, y unos pocos vecinos: Majin, que huyó durante toda su vida por matar a alguien en la gallera de un caserío llamado La Estacada y Benjamín Cordero quien sobrevivió a la lepra, no sin antes perder algunas coyunturas de los dedos o el lóbulo de las orejas; cuando los visitaba en sus casas me contaban la vida de cada uno de los peones acomodados en aquel largo mesón, para sorber una sopa de avena con agua y trozos de yuca. Existir es acumular historias y pulirlas. Yo creo que casi nada de lo escrito me pertenece». Igor Barreto.