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En una vastísima llanura anegada de claridad, Diego Roel vierte luz entre dos cántaros, en cuarenta y un movimientos que contienen la experiencia del encuentro amoroso. “En mis ojos la belleza es agua demencial de luz”, escribe Jorge Smerling en pleno asombro ante lo luminoso; el mismo del poeta ante el amor, que permite que la vida comience de nuevo y se renueve sin fin. Roel nombra el cuerpo de la amada para convencerse de su materialidad frente a la posible visión delirante del deseo, e ilumina la trascendencia de quien se confunde con el todo, en un encuentro que se despliega en sus facetas mística, carnal y divina, como en un nuevo Cantar de los Cantares que el poeta haya hecho suyo. Los amantes se entregan y todo es; cuando el encuentro ha de darse, la ofrenda es exacta, justa. No se trata de descifrar el canto de los pájaros ni de descubrir “el nombre de los secretos vientos”, sino de ir al encuentro de la virulencia de la experiencia amorosa. Hay valor en la entrega absoluta, como en el niño que toca por primera vez el mar.

EL AGUA Y LA PRIMERA LUZ - DIEGO ROEL

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En una vastísima llanura anegada de claridad, Diego Roel vierte luz entre dos cántaros, en cuarenta y un movimientos que contienen la experiencia del encuentro amoroso. “En mis ojos la belleza es agua demencial de luz”, escribe Jorge Smerling en pleno asombro ante lo luminoso; el mismo del poeta ante el amor, que permite que la vida comience de nuevo y se renueve sin fin. Roel nombra el cuerpo de la amada para convencerse de su materialidad frente a la posible visión delirante del deseo, e ilumina la trascendencia de quien se confunde con el todo, en un encuentro que se despliega en sus facetas mística, carnal y divina, como en un nuevo Cantar de los Cantares que el poeta haya hecho suyo. Los amantes se entregan y todo es; cuando el encuentro ha de darse, la ofrenda es exacta, justa. No se trata de descifrar el canto de los pájaros ni de descubrir “el nombre de los secretos vientos”, sino de ir al encuentro de la virulencia de la experiencia amorosa. Hay valor en la entrega absoluta, como en el niño que toca por primera vez el mar.