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Unidad Coronaria
“La poesía tiene una felicidad que le es propia,
sea cual fuere el drama que descubre”
Bachelard.
Hay una línea sin sentido que vincula a las piedras, soles, flores, amaneceres, y a la ambigua y maravillosa sensación de estar en el centro del mundo. A veces el pensamiento la une, otras la fragmenta, hasta que un día la línea pierde el olfato, el tacto, la memoria de su origen y se desintegra en el aire.
A veces esa línea se nubla de repente. El trino de la vida se conmueve inesperadamente, y nos impulsa hacia la arritmia de lo absurdo. El horizonte es apenas una puerta hacia un nido de “coronariasunidas”. Y terminamos entre cuatro paredes. Cuatro murallas de lluvia inexplicable. Allí hay pocas maneras de salvarse. Una es levantar despacito las tapas del silencio y dejar que el manantial de la poesía fluya desde la sangre hasta el dolor del papel en blanco.
Ya Juarroz nos advertía: “La poesía es la forma que la locura adopta para salvarnos.” Y Hernán Jaeggi eligió esta última, bendecido por su sangre y por su pasado militante de palabras. Eligió saltar a lo indecible. Como si tejiera de nuevo una línea que rompiera las murallas: “(Para salvarme, una mano piadosa me entregó papeles y un lápiz.)”
El poeta salta los muros con su palabra y reinventa el absurdo dolor traduciendo con el fluir del lápiz a la belleza del mundo. Esta traducción desarmoniza al silencio y al habitual equilibrio de las palabras cotidianas. Hace renacer a la palabra, la recrea, la acaricia, la violenta, la trasciende: “Te
hurgan,/te excavan las entrañas./Buscan la cuna,/la bolsa cálida/del dilema./Quieren saber/en cuál madre negrura/se engendran/las emociones fecundas./Quieren ver dónde se anida/la tensión de las palabras./Te exploran gota a gota/con pericia de peritos/dan nombres,/recetan antídotos,/anticuerpos,/pero siguen sin encontrar/el territorio invisible/de la fragilidad.”
La dificultad extrema de la poesía consiste en transgredir el orden y la tranquilidad habitual de las palabras, en vencer su tremenda resistencia a ser recreadas. Sin embargo, en Unidad Coronaria se da en forma más natural. Con un natural “sufrimiento”.
La imagen poética se nutre del fluido vital de las palabras, y este proceso a pesar de ser traumático para quien lo ejecuta, a veces es vivido con la naturalidad de la respiración o el misterioso encanto de mirar un vaso de agua.
“Todas las plegarias, las promesas/y oraciones son palabras inútiles/para nadie. /Dios está en la cama vecina/con el corazón roto/ de tanto mirarse/a su imagen y semejanza.”
La poesía es la mayor desnudez del hombre, la "intemperie sin fin"; de la que nos hablaba Juan L. Ortiz. Es, ese bucear inerme hacia lo desconocido, sin ataduras ficticias, sin la mochila de lo aparentemente real. Es, la verdad Juarrociana cuando dice:"Hay una única forma de entrar en la
poesía: estar adentro".
La poesía mueve al hombre más allá de sus límites absurdos, lo saca del cuadro, de la superficie estudiada, y lo deja flotando en el aire, para que remonte la vida, como si recién comenzara el viento. En una Unidad Coronaria el “in/ firmus” se siente despojado de toda atadura mundana. Desamparado. “.../somos ángeles tan tristes/que se dejan caer/sin abrir las alas.”
Se pierden nociones tan trascendentes como tiempo/espacio, se desintegra el ser en pequeños trocitos de hombre. Los ruidos extraños parecen un nuevo lugar que cae pesado como un mundo de acero inexplicable. Y por momentos nos sentimos caer y caer a un pozo infinito como palabras
de poemas inconclusos.
Apollinaire escribía: “No puedo expresar mi tormenta de silencio. Todas las palabras que tenía
para decir se transformaron en estrellas.”
Y las estrellas de Hernán se transforman en palabras que lo aferran a lo humano: “Ahora solo regreso para vivir/con el farol de las palabras/bajo la pesada noche/con el vértigo de la creación, /la llave del laberinto, /las espinas de la lucidez/y el balbuceo de la respiración. /Como un viejo animal/reinventado/regreso con la cicatriz/ en el corazón. /No estoy seguro/que haré/con el resto de mi vida.”
Todo está unido y separado, como la molécula invisible que integraban esos segundos y otros y otros iguales al primero. Sin embargo parece que en cada instante todo se replantea. Hay una biografía del dolor, de miedo y de angustia, que se metamorfosea en cada palabra dicha justo
antes del abismo. Hernán araña con sus dedos palabras excavadas de su más remota célula. Escurre su instinto de poeta y gotea por sus dedos la magia de la palabra justa. La exacta palabra que cabe en cada herida.
Pecas Soriano
Córdoba Setiembre de 2023
UNIDAD CORONARIA - HERNAN JAEGGI
Unidad Coronaria
“La poesía tiene una felicidad que le es propia,
sea cual fuere el drama que descubre”
Bachelard.
Hay una línea sin sentido que vincula a las piedras, soles, flores, amaneceres, y a la ambigua y maravillosa sensación de estar en el centro del mundo. A veces el pensamiento la une, otras la fragmenta, hasta que un día la línea pierde el olfato, el tacto, la memoria de su origen y se desintegra en el aire.
A veces esa línea se nubla de repente. El trino de la vida se conmueve inesperadamente, y nos impulsa hacia la arritmia de lo absurdo. El horizonte es apenas una puerta hacia un nido de “coronariasunidas”. Y terminamos entre cuatro paredes. Cuatro murallas de lluvia inexplicable. Allí hay pocas maneras de salvarse. Una es levantar despacito las tapas del silencio y dejar que el manantial de la poesía fluya desde la sangre hasta el dolor del papel en blanco.
Ya Juarroz nos advertía: “La poesía es la forma que la locura adopta para salvarnos.” Y Hernán Jaeggi eligió esta última, bendecido por su sangre y por su pasado militante de palabras. Eligió saltar a lo indecible. Como si tejiera de nuevo una línea que rompiera las murallas: “(Para salvarme, una mano piadosa me entregó papeles y un lápiz.)”
El poeta salta los muros con su palabra y reinventa el absurdo dolor traduciendo con el fluir del lápiz a la belleza del mundo. Esta traducción desarmoniza al silencio y al habitual equilibrio de las palabras cotidianas. Hace renacer a la palabra, la recrea, la acaricia, la violenta, la trasciende: “Te
hurgan,/te excavan las entrañas./Buscan la cuna,/la bolsa cálida/del dilema./Quieren saber/en cuál madre negrura/se engendran/las emociones fecundas./Quieren ver dónde se anida/la tensión de las palabras./Te exploran gota a gota/con pericia de peritos/dan nombres,/recetan antídotos,/anticuerpos,/pero siguen sin encontrar/el territorio invisible/de la fragilidad.”
La dificultad extrema de la poesía consiste en transgredir el orden y la tranquilidad habitual de las palabras, en vencer su tremenda resistencia a ser recreadas. Sin embargo, en Unidad Coronaria se da en forma más natural. Con un natural “sufrimiento”.
La imagen poética se nutre del fluido vital de las palabras, y este proceso a pesar de ser traumático para quien lo ejecuta, a veces es vivido con la naturalidad de la respiración o el misterioso encanto de mirar un vaso de agua.
“Todas las plegarias, las promesas/y oraciones son palabras inútiles/para nadie. /Dios está en la cama vecina/con el corazón roto/ de tanto mirarse/a su imagen y semejanza.”
La poesía es la mayor desnudez del hombre, la "intemperie sin fin"; de la que nos hablaba Juan L. Ortiz. Es, ese bucear inerme hacia lo desconocido, sin ataduras ficticias, sin la mochila de lo aparentemente real. Es, la verdad Juarrociana cuando dice:"Hay una única forma de entrar en la
poesía: estar adentro".
La poesía mueve al hombre más allá de sus límites absurdos, lo saca del cuadro, de la superficie estudiada, y lo deja flotando en el aire, para que remonte la vida, como si recién comenzara el viento. En una Unidad Coronaria el “in/ firmus” se siente despojado de toda atadura mundana. Desamparado. “.../somos ángeles tan tristes/que se dejan caer/sin abrir las alas.”
Se pierden nociones tan trascendentes como tiempo/espacio, se desintegra el ser en pequeños trocitos de hombre. Los ruidos extraños parecen un nuevo lugar que cae pesado como un mundo de acero inexplicable. Y por momentos nos sentimos caer y caer a un pozo infinito como palabras
de poemas inconclusos.
Apollinaire escribía: “No puedo expresar mi tormenta de silencio. Todas las palabras que tenía
para decir se transformaron en estrellas.”
Y las estrellas de Hernán se transforman en palabras que lo aferran a lo humano: “Ahora solo regreso para vivir/con el farol de las palabras/bajo la pesada noche/con el vértigo de la creación, /la llave del laberinto, /las espinas de la lucidez/y el balbuceo de la respiración. /Como un viejo animal/reinventado/regreso con la cicatriz/ en el corazón. /No estoy seguro/que haré/con el resto de mi vida.”
Todo está unido y separado, como la molécula invisible que integraban esos segundos y otros y otros iguales al primero. Sin embargo parece que en cada instante todo se replantea. Hay una biografía del dolor, de miedo y de angustia, que se metamorfosea en cada palabra dicha justo
antes del abismo. Hernán araña con sus dedos palabras excavadas de su más remota célula. Escurre su instinto de poeta y gotea por sus dedos la magia de la palabra justa. La exacta palabra que cabe en cada herida.
Pecas Soriano
Córdoba Setiembre de 2023
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