EL ANTÍDOTO.
Un rayo de luz atraviesa el salón de este a oeste. Es un horario extraño para una librería. Amanece. Nunca hay nadie aquí a esta hora y por eso nadie ve esa línea tímida de luz natural cruzar la vidriera y golpear suavemente una estantería repleta.
Aquí hay miles y miles de libros. Tienen un orden particular, construido con años de oficio, idas y vueltas, y muchas manos que los revuelven, los desordenan y los vuelven a ordenar. Están en estantes y sobre mesas, algunos son ejemplares pequeños, otros más grandes. Permanecen en silencio, quietos casi siempre —aunque a veces se mueven—, pero en general hacen algo que saben hacer muy bien: esperar.
Cada libro que espera, diga lo que diga, calle lo que calle, lleva dentro una voz. Una voz que bien podría ser la de quien lo lee, pero no necesariamente. Esa voz que lee, que pronuncia en silencio las palabras, se parece a la de los sueños, a la de los pensamientos, a la de las ideas. Es una voz sin género ni especie o, mejor dicho, una voz que a veces es hombre o mujer, niño, niña, perro, estrella, piedra, viento, río. Una voz capaz de decirlo todo o de callarlo. Esa voz que nos susurra al oído lo que leemos se parece a eso que algunos llaman el inconsciente, pero tiene tantos nombres como ojos que la leen.
Es una voz indescifrable, nuestra y ajena a la vez. Nos traduce lo que los ojos ven en páginas más blancas o más amarillentas, en libros arrogantes de tapas duras o en ediciones de bolsillo, escritos algunos hace cientos de años por autores perdidos en las sombras del tiempo o en textos recién salidos de la cabeza y el corazón de alguien con quien compartimos almanaque.
En esos libros que alguien escribió alguna vez, más lejos o más cerca en los años y los mapas, viajan las ideas, los amores, los odios, los saberes y la ignorancia, la ingenuidad o la inocencia de quien sacó de su ser unos signos que finalmente fueron poemas, novelas, ensayos, cuentos, miedos y certezas, aciertos y errores.
¡Entonces sucede la magia: la lectura!
Una mente, un alma, se conecta con otra a través del tiempo y la distancia. Finalmente, después de tanta espera, una voz le habla a otra con una tercera voz que ahora comparten. Y esa conexión ocurre en un tiempo extraño, un tiempo que nadie conoce, que puede ser un antes, un durante o un después. Ninguna plataforma tecnofeudal sabe qué sucede con ese ser que, mientras lee un libro de papel, no genera datos, apaga su "ser digital" y simplemente lee.
Una superación maravillosa de este instante mágico de lectura solitaria podría ser la siguiente: el enamorado toma un libro y lo lee en voz alta para su amor, que escucha esa voz conocida pronunciando palabras desconocidas. O una madre que, paciente, lee para dormir a su niña. O un fuego junto al río y una historia compartida de huidas y rescates.
Tantas voces que se encuentran en la lectura y generan otras nuevas. Tantas almas que, leyendo juntas, crean algo así como campos de fuerza que protegen lo que queda de sensibilidad y de saberes.
Son palabras de oro envueltas en papel celofán, atadas con cintas de color rojo.
Es un ANTÍDOTO.